Hoy he visto, con una particular emoción, la tapa de mi novela Volcanes (una soberbia composición de mi nieto, Pablo) en el blog de mi nieta Verónica, "Almasinger". ¿Qué querés que te diga, caro Diario? Esta Nonnis, está un poco confundida en una mezcla de orgullo y emoción que involucran, mi novela y mis nietos.
Trataré de definirlo así: la novela llegó a la meta más deseada: la biblioteca de mis nietos!
Como todo lo que escribo, esa también es una historia que bucea en recuerdos e imágenes almacenados en los pliegues del alma.
Cuando llegé al Sur por prmera vez, los paisajes me recibieron con su intacta belleza que, aunque muy diferentes, me reportaba a paisajes añorados. Esa fue la primera emoción, la que se percibe a flor de piel.
Con el pasar del tiempo, recuerdos y lugares fueron adquieriendo su propia dimensión, defineniendo su realidad que se me iba revelando año trás año. En aquellos veranos, esperábamos con ansia el momento de llegar al bosque de ñires bajos y tortuosos, al lago extendido como alfombra bajo la iluminada sombra del Volcan. Ahí bajábamos el bote, armábamos la carpa y nos disponiamos a gozar de la magia y eventualmente, de las truchas plateadas que, no sin pelearla, terminaban en la parrilla.
Las leyendas formaban parte de la escasa conversación con Don Quiriñanco, mapuche de ley, que nos traía dos litros de leche, bajando la pendiente, desde la otra orilla, con su caballo criollo tan manso como él mismo.
Ahí me enteré que si comíamos michai,(calafate en mpuche) siempre volveríamos a la Patagonia. Comí muchísimo michai, tanto que debe haber funcionado como un filtro de amor. Me enamoré literalmente del viejo brujo blanco y silencioso (por suerte) aunque como pasa con cada "primer" amor, no le concedía una confianza total. En las noches silenciosas, con solamente una colchoneta bajo la bolsa de dormir, era común sentir como el suelo temblaba. ¿Sería el rezongo de mi amado que tronaba en las profundidades? Eso me decía la voz de mi desconfianza. Aunque, más de una vez, al salir de la carpa en la mañana, encontrábamos huellas de zorro o peor, los restos del festín que se había dado el ladrón con nuestra trucha.
Esos días, esas tardes largas en las que el Volcán se volvía rosado, esa vida verde y azul, dejaron en mí una sensación de pertenencia. Desde esa pretendida pertenencia, trabajé el recuerdo, dando vida a hechos y personajes que solamente podían nacer y vivir en esos lugares.
Así nació Volcanes - en la novela hay otro - pero ese lo dejo para que lo bsquen en el libro.
Para que me perdonen, vamos caro Diario, les voy a mostrar cómo vi a mi Volcan la primera vez, cuando mis hijos aprendieron a subir un caballo manso para sus exploraciones en nuestra recién conquistada Patagonia.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
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que buenooo!!! ese volcán es mi infancia , la de mis hermanos y el recuerdo de las vacaciones perfectas!
ResponderEliminarel mejor lugar del mundo!
Sí, Lelín, en aquellos días, todo era perfecto!!
ResponderEliminarY es muy bueno haber tenido esos momentos y ese todo.
Esa es la primera foto que saqué al Lanin. El hombro que se ve es él del remero chileno, de ojos claros, con algo de algo misterio en su pasado, que tal vez me haya inspirado el protagonista de Volcanes.