domingo, 13 de noviembre de 2011

Redescubriendo Buenos Aires










Hola Diario,
son días raros estos días en los que el año va deslizándose a su fin.
Desde hace un tiempo, largo o corto no importa, este resbalar conlleva un indecifrable desasosiego.
Esa incapacidad que tengo, ése no saber soslayar los aniversarios, aunque racionalmente nada cambia, sino que solamente las ausencias cumplen años, es lo que acarrea el desasosiego junto con esa cuota de incerteza sobre el año que comienza.
Hace dos días cayó el 11 del 11 del 011. Confieso que no me pude conectar con la generalizada efervescencia frente a una hojita del almanaque. Es verdad, no volverá a suceder en no sé cuántos cientos de años. Tal vez si lo hubiera pensado así...¿me habría sentido privilegiada por "estar" en ese preciso día del calendario? No sé.
A la mañana, a las 11, estaba en Martínez "haciendo" Banco, pagando cuentas y otros recados...Claramente me olvidé de mandar mi mensaje al universo. A la noche, cuándo daban las 11.11, sin quererlo miré el relojito de la compu...¿señal? Y bueno, no hay que despreciarlas. De modo que me uní en silencio al "resto del mundo", prendí dos velitas y elevé la mente hacia  el cielo, sí, el mismo Cielo que aprendí a reconocer desde niña, a Jesús y a su Mamá, que "están" allá y a mis amados que deben también "estar", allá.
Ellos son para mí el Universo al cual me dirijo, pidiendo y agradeciendo...todos los días del calendario.

Entonces, ya que de aniversarios se trata, te cuento que salí a festejar con Valentina, sus cinco años en casa.
Ella me pidió "el Boletín" y se lo hice, con amor y con humor porque, eso de ponerse demasiado sentimentales ya está demás. Así que salimos a festejar.
Pensé que a veces, es más oportuno regalar algo que se "sienta" en lugar de algo que se toque. Elegí bien y me alegro porque disfruté su disfrute y el mío, por añadidura.
Tomamos el Hop on Hop off de Buenos Aires. Florida y Diagonal, una de la tarde. En la cola donde se escuchaba hablar brasilero, como dos turistas más. Fue un día de sol hermoso. El cielo muy azul, el viento que peinaba las nubes, nos despeinaba a nosotras en lo alto del autobús.
No aprovechamos mucho del recorrido, llegamos al Caminito y ahí nos quedamos. Mi última visita había sido en el '97, un día de junio helado y lloviznoso, que no me había dejado un buen recuerdo.
Valentina iba por primera vez, cumpliendo un gran deseo.
 Me encantó la diferencia. Todo está limpio, cuidado, hermoso en su peculiaridad, entrañable en el color de aquellos otros tiempos  reconstruídos, sin quitarle ese aire de feria popular que te estampa una sonrisa desde que llegás.
Tratando de captar el alma que late detrás de las reconstrucciones, mi cámara registraba la policromía prepotente de las paredes y de las chapas que algún día fueron viviendas de los que bajaban de los barcos.
Dice la historia que traían la pintura desde aquellos barcos, que la mezclaban para que durara y pincelada va, pincelada viene hasta agotarla, coloreaban las chapas, las escaleras de hierro y las paredes de los conventillos hoy convertidos en pequeños museo, adornados en el frente con leyendas en primorosos fileteados. Al adentrarse en los angostos pasillos, uno se encuentra con representaciones de la vida cotidiana de entonces o con emporios de cursilerías y shopping destinados a los turistas. Hay que remarcar que la venta es respetuosa y risueña.
Valentina gozaba con cuanto monigote se nos cruzaba. Naturalmente quiso la foto con el jugador de Boca  parado sobre su pelota, luego con la lavandera apoyada al piletón.
Almorzamos pizza en "Piccola Italia" , lugar elegido por ella. Ahí seguí fotografiando el patio, las escaleras y la ventanuca.
Luego caminamos un poco más, la fotografié de espaldas al viejo puente del Riachuelo que ¡ya no huele, más, jaja!
Llegamos así a la parada del Hop off y mientras lo esperábamos, saqué la gran cruz que se eleva donde estuvo el puerto. Vale estaba radiante.Como dije, disfruté regalando eso que veía en su cara y el gran beso que me dió, diciendo, qué hermoso día que pasé!

El autobús retomó su recorrido mientras yo escuchaba en el auricular la explicación del guía, en italiano. De puro curiosa para ver qué y cómo explicaban los detalles: ¡impecable!
Al dejar atrás Avenida Patricios y Barracas, cambia el mundo. Ya no nos sentimos tan en alto al llegar a Puerto Madero. Sabemos, es una maravilla de modernidad, los ojos se pierden al contar los pisos de los rascacielos que desafían las nubes en la conquista de ese azul tan azul que es el cielo de Buenos Aires en un día de primavera.
Por suerte o no, el transito citadino estaba recomplicado, así que las paradas en los semáforos se prolongaban  bastante como para permitir que las cámaras se llenaran de vistas urbanas no programadas.
Ahora basta de chachara y paso a compartir algo de lo que vi. 





 

3 comentarios:

  1. QUE HERMOSO POST Y QUÈ FOTOS ESPECTACULARES!!!!
    GRACIAS POR COMPARTIR ESTA MARAVILLA Y QUÈ LINDO QUE PUDO COMPARTIR CON VALENTINA SU ASOMBRO Y AGRADECIMIENTO!!!
    SU

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  2. nonnis qué buenas fotoooooooooooos! y me encanta como dentro del mar de sentimiento tristes encontrás una tabla de barrenar y la surféas hacía mejores playas.... te quiero mucho!!!!!

    beso enorme y muy buena semana!

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  3. Hola Susi,gracias, me alegra siempre encontrar tus
    comentarios. Solamente no me llega el aviso, se ve que gmail está celoso y no le da bolilla a hotmail!

    Gracias Verito! la calificación de "qué buenas fotos" viniendo de la superfotógrafa de la flia, me enorgullece!
    En cuanto a surfear, te compro la idea, es una buena metáfora. Gracias y te quiero así, sin adjetivos, la esencia es lo que hace el perfume.
    Un beso

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