martes, 22 de marzo de 2011

Cuando la vida sonríe

























Hola caro Diario!
Estoy aquí en un horario inusitado pero debo recuperar tiempos de compu que han quedado relegados por otras pasiones.
Por segunda vez, en los últimos dos años, he vuelto de la mano de mis hijos a mi amada Patagonia.

Tierra barrida por el viento que así de fuerte, no logra barrer los recuerdos. Recuerdos que me hablan de juventud, de ansias de descubrir, de ir más allá. Más allá del camino liso e infinitamente recto, para encontrar
el país profundo; sin hacerle caso al ripio, ni a los sacudones provocados por el golpear de las piedras debajo del chassis. Y los chicos mascando chiclets, por las dudas se agujereara el tanque!

La estepa patagónica: los arbustos redondos, mentirosos matorrales de espinas, que de lejos semejan inocentes arbustos puestos a decorar los declives.
Hasta que, de repente, aparece el bosque, desgarbado, despeinado, por aquel viento que es causa y parte de un paisaje único. Hasta que los ñires, sufridos y enanos, poco a poco, te introducen bajo la sombra de los gigantes. En las provincias más al norte, los pehuenes, majestuosos resabios de la Patagonia prehistórica, con sus aguijones siempreverdes, alcanzan los treinta o más metros en busca del sol. En el sur, en Santa Cruz, los cohiues, son los que dan sombra al intrincado sotobosque donde proliferan las cañas y el renoval de cada especie. Aquí nada es dulce, todo es bravo e imponente. Y muere o se reproduce sin que el hombre intervenga.
No me preguntes por qué, a mí que vengo de los verdes Alpes y los sinuosos Apeninos, me atrapó, me sedujo desde el primer encuentro, este paisaje.
¿Y los lagos? Ah, ¡los lagos! que pierden sus contornos más allá de lo que da la vista. Mares sin sal, infinitas gamas de azules o color leche, aquellos que se alimentan de los glaciares.
¡Bla bla bla! Me pasa siempre, el recuerdo se corporiza y no me deja soslayar lo que he dicho en tantos escritos.
Aunque para mí, caro Diario, cuando se trata de amores, vale repetirse.

Cuando se llega a Los Glaciares, ahí, la fascinación es otra. Y cambiante. Por eso no importa cuantas veces vayas, si además estás en compañía de alguien que los ve por primera vez. Es que en el gozo entra aquello de compartir. De exclamar, de encantarse y asombrarse juntos, felices de estarlo.
La joya más valiosa del cofre, el Glaciar Perito Moreno, nos recibió con sol y un calorcito impensados. En este incipiente otoño, solamente unas poquitas manchas amarillas, se asoman entre el brillo de las hojas de las lengas y los notros están todavía salpicados de flores rojas. Qué lindo! Me tiento, con mucho cuidado corto una ramita de cada color, sin pensar en las prohibiciones (cosa que me costará un buen reto!) Y sigo, bajando, subiendo, click por acá, click por allá, mientras observo a mis hijos que con sendas cámaras, persiguen el ángulo perfecto. ¡La placa!
Observo y me conmueve constatar que se ha pensado en "todos". Una infraestructura perfecta, en las pasarelas que llegan hasta la base del glaciar, permite que aún aquellos que tengan una movilidad limitada, puedan llegar tan cerca de la maravilla como cualquiera.
Y el viejo e incomparable brujo blanco, nos premia con estruendosos boatos a los que le siguen otros tantos desprendimientos que emprenderán su navegación por las aguas gélidas. Atrás quedará el escenario gótico veteado de azul profundo. Si le sumamos el arco iris que corona las caídas, se me ocurre pensar en la perfección con que la naturaleza prepara sus espectáculos.

El catamarán que nos lleva en la navegación por el Canal de los Témpanos, sale repleto. Me encantaría tener el don de lenguas, como dice San Pablo, para soprprenderme con las exclamaciones de los japoneses o de los alemanes! Por suerte no hay misterio en los comentarios de los italianos y de los franceses. Y se me ocurre una cosa linda: ¡cuánta gente diversa comparte la pasión de conocer lo que está más allá de su vereda!
Ese día llovió de a ratos, pero la atmósfera gris permanecía en el aire, dándole al paisaje un aspecto fantasmagórico, muy peculiar. Diría que ése es el aspecto que más se le condice. Y embruja.
En esos pagos, acuosos, el viento se transforma en escultor. Bizarro y persistente, en su ir y venir, dará forma a los témpanos que se alejan de los glaciares "madre".
Estos majestuosos monumentos de hielo, sugieren lo que tu fantasía quiera interpretar. Translúcidos, con tonalidades que van desde el azul profundo al turquesa o brillantemente blancos como diamantes, pueden representar caballos en carrera, un pato con su cría a la saga, puentes bajo los cuales el agua corre mansa, ventanas abiertas sobre el mar o palacios marmóreos de treinta pisos de alto. Algunos aparecen amarronados por los detritos de roca que arrancaron a la montaña en su deslizar.
Sobrecogedor. Siento que deberíamos escuchar el silencio. Que debería ser el único sonido que se perciba en esos santuarios. Desde el primer encuentro con aquellas irreales esculturas las bauticé, azules catedrales.
Como dije, de una vez a la otra, nada es igual. El Glaciar Upsala, retrocedió dejando a la deriva unos tempanos
altísimos que escondieron la bahía Onelli y su portezuelo. Desde ahí nos acercábamos al glaciar del mismo nombre, por un camino de unos mil y pico metros a través del bosque. Allí ya no se llega.
Hacía mucho frío, sin embargo, el pasaje entero, colorido y ansioso, estaba todo afuera. Las barandas no dan abasto para que todos se asomen. Es así como de repente, mirando el visor te das cuenta de que sacaste una foto a la cabellera gris de un señor o a las gorras multicolores de los japoneses. Había uno en particular, que hizo gala de un atuendo tan especial que se volvió el modelo más buscado por los fotógrafos!
No faltó el gran balde de hielo, rescatado de las olas gélidas, para el brindis de los primerizos.
La estación lacustre, a unos treinta kilómetros de El Calafate, se llama Punta Bandera.
Al llegar, en la tarde, con la emoción a cuestas, la bandera, es lo primero que nos saluda en tierra firme.
Estoy segura de que nadie sale "indemne" de un paseo así. La vibración dura hasta donde y en tanto dure el recuerdo.
Cierro, caro Diario, con una sugerencia personal: debería ser obligatorio, para cada argentino, ir una vez en la vida a...reverenciar, SUS azules catedrales.








































4 comentarios:

  1. Un post magistral!!!
    Gracias por compartir tanta belleza!!!
    Beso grande!!!

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  2. Gracias, Andrea, me encanta compartir cuando la emoción es mucha.
    Beso para vos.

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  3. impecable Mami!nadie mejor para describir la hermosura de esos lugares.. la patagonia es así: MAGICA!
    besos mami!!

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  4. Bien! Es que no solo estamos de acuerdo, sino que hemos compartido esa fascinación.
    Me parece q voy a dedicarle un post a las Torres del Payne! En aquel entonces no existía este blog y el alma estaba triturada. Pero gracias a ustedes, la dulzura vuelve. Hay que reconocerla y dejarla hablar.
    Te abrazo.
    La mamma

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