viernes, 25 de noviembre de 2011

Encuentros en Rafaela




 Caro Diario, ya sabés que a mí nunca debes preguntarme ¿por qué? (el "para qué" ni viene al caso)
Para seguir una pista que podría reponder a la pregunta, podríamos volver a leer el post dedicado a los lapachos de Santa Fe. Pero no hace falta, si algo repetiré, será porque valía la pena repetir.
Recordaré solamente que este viaje nació en julio de 2010, en Roma, cuando el famoso Vuelo AZ680, decidió despegar dejando de a pie algunos pasajeros.
 Llegué a Rafaela, Santa Fe. Volví a escuchar ese acento que sustituye las "S" con la "J" y que tiene un substrato canterino donde nacen espontáneas la risa y la emoción. Volví a sentir el nudo en la garganta, resabio de aquel viejo amor, La Buena Ventura, donde sembrabamos trigo...en Santa Fe.

Entre los compañeros del vuelo fallido, conocí a dos Marisas y, a través de ellas, mucho más. A ellas y a auquel otro mucho más, es lo que fui a buscar a Rafela.
Después de dejar atrás Rosario, recostada sobre el río, bella ciudad que lo mira desde lo alto del orgulloso  monumento a la Bandera, tomamos la Ruta 34.
Mi hambre de "campo" comenzó a despertar. El sol y la luz de una mañana de verano doraban la  llanura, inmensa. Me recibían, apenas ondulantes, los trigales. Están listos, pensé, mientras buscaba inutílmente los confines de semejante mar de pan. Recordé la antigua cábala: hay que cortar espigas, traerlas "a la casa" y regalar algunas, de a tres, de a cinco, siempre impar, para que funcione y la abundancia está asegurada, hasta la próxima cosecha.
Bajamos al borde de la ruta, ahí donde los exágerados siembran en tierra de nadie -  o de Dios - que es al fín él que lo cuida todo por igual...sin que importe si está de aquí o de allá de la alambrada.
No fue fácil nuestra cosecha con mi tijerita; nos pinchamos las piernas, Bianca Pato y yo. Pero es tan lindo ¡andar en el trigo! A la cosechadora le va a faltar un manojo, pero como dijimos ¡hay que repartir!
 El trigo es bíblico, en mis tiempos se decía del pan, perfume de la mesa...ahora comemos más galletitas pero nada cambia. Y la que viene será una buena cosecha. Muy buen "rinde" dice mi alma chacarera.
La ruta sigue. Tambos, rollos de forraje bien guardados en silo bolsa (si no saben jaja, googleen!) vacas holando-argentina, las de la leche, rumiando bajo los montes o pastando al sol. Chacras cuidadas, estancias, alambrados, tranqueras, avenidas de eucaliptus como en la Buena Ventura, perfume, saudade, máquinas trabajando, maizales, nostalgía, una cosechadora apurándose al mediodía para llenar los carros antes que llegue el celaje.O la tormenta que el calor anuncia para la noche. 


Llegamos a Rafela. Una ciudad azul en la modorra de la tarde, bajo una orgía de jacarandaes.Una llamada al celular, una voz dulce, alegre y solícita, la de Marisa que prepara citas y programas.
El descanso es breve, en un hotel antiguo, con altas puertas y una escalera ancha con barandas de hierro forjado (azules) que sube entre plantas, detrás de un frente vidriado que no esconde el jacarandá.








El reencuentro es él del título. Amoroso emocionado...de Roma a Rafela, sí, ¡llegaste! Te lo prometí y nunca fallo aunque esta vez es con chofer porque acá no llegan aviones y mis ojos ya no soportan las rectas infinitas. (después, a la vuelta, lloraré un poco ¿de rabia? no sé, pero tampoco de autocompasión. Mejor no pregunto y me dejo acariciar [el alma] por los mimos de Bianca y Pato). Patricia, además, maneja muy bien y yo, todavía, puedo tomar el volante en la autopista.
Me fui, perdón.
Llega la tarde, la ciudad despierta, y nos vienen a buscar. Habrá helado en la calle principal, la quinta con la pileta llena de chicos,  la lluvia que trae el asado al horno, risas, anécdotas,  conocemos a los maridos, Fabricio y Roberto y a los chicos también por sus nombres: Delfina, Gabriel, Marianela y (oh! mi Dios!) Robertino. Bianquina se integra, hay mucha risa en el cuarto de los chicos. Lindas familias, sencillas, generosas, numerosas. Buenas familias que avanzan en el día a día enseñando, trabajando hacia el futuro, honrando la memoria de aquellos nonnos gringos. Acá nadie dice "tano"...eso es, despectivo, para los que optaron por ser porteños  aunque lo mismo, se pelaron las manos en las obras o en el puerto.

Así llegan las historias. Hablamos un poco de la nuestra (la mía!) y de las que ellas me mandaron; la prosa realista y entrañable del rafaelino Lermo Balbi y  los poemas de Fortunato Nari que conocí personalmente esa tarde. Otro encuentro inolvidable, siempre condimentado con historias  que nos hermanan.
Hay un gran apego a la tradición gringa. Escritos, pinturas y un museo temático donde todo es auténtico o muy bien rediseñado para reconstruír la epopeya de aquellos primeros corajudos campesinos que llegaron a fines del '800 "per fare l'America" Cada cosa, cada persona con quien hablo, rememora y reivindica la colonización piamontesa, con mucho orgullo.
En los libros que leí, en el nombre de las calles y en los de la gente, resuenan apellidos que me son familiares...¿que me vas a decir si te cuento que una concesionaria Ford pertenece a un Giorgi? Pato estaba por averiguar si somos parientes! ¿Quién sabe?
Buen lío si lo pensamos bien! Yo soy de Milán, es decir, lombarda; ni piamontesa, ni argentina, ni santafesina, sin embargo, en cada lugar, hay una parte de mí.
Quizás pensó lo mismo otro poeta rafaelino, Mario Vecchioli, cuando escribió este fragmento de "Los Inmigrantes":
      [...] Más tarde todavía,
      lejanos vientos les traerán susurros
      de patria inolvidada. Y los recuerdos
      los morderán como un dolor agudo.

      Pero ellos son los númenes
      que han de crear un mundo.
      Y en frente está la calle
       donde el destino los aguarda, oculto.


       Y sin temblar se llevan su coraje
       a conversar con el futuro.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Redescubriendo Buenos Aires










Hola Diario,
son días raros estos días en los que el año va deslizándose a su fin.
Desde hace un tiempo, largo o corto no importa, este resbalar conlleva un indecifrable desasosiego.
Esa incapacidad que tengo, ése no saber soslayar los aniversarios, aunque racionalmente nada cambia, sino que solamente las ausencias cumplen años, es lo que acarrea el desasosiego junto con esa cuota de incerteza sobre el año que comienza.
Hace dos días cayó el 11 del 11 del 011. Confieso que no me pude conectar con la generalizada efervescencia frente a una hojita del almanaque. Es verdad, no volverá a suceder en no sé cuántos cientos de años. Tal vez si lo hubiera pensado así...¿me habría sentido privilegiada por "estar" en ese preciso día del calendario? No sé.
A la mañana, a las 11, estaba en Martínez "haciendo" Banco, pagando cuentas y otros recados...Claramente me olvidé de mandar mi mensaje al universo. A la noche, cuándo daban las 11.11, sin quererlo miré el relojito de la compu...¿señal? Y bueno, no hay que despreciarlas. De modo que me uní en silencio al "resto del mundo", prendí dos velitas y elevé la mente hacia  el cielo, sí, el mismo Cielo que aprendí a reconocer desde niña, a Jesús y a su Mamá, que "están" allá y a mis amados que deben también "estar", allá.
Ellos son para mí el Universo al cual me dirijo, pidiendo y agradeciendo...todos los días del calendario.

Entonces, ya que de aniversarios se trata, te cuento que salí a festejar con Valentina, sus cinco años en casa.
Ella me pidió "el Boletín" y se lo hice, con amor y con humor porque, eso de ponerse demasiado sentimentales ya está demás. Así que salimos a festejar.
Pensé que a veces, es más oportuno regalar algo que se "sienta" en lugar de algo que se toque. Elegí bien y me alegro porque disfruté su disfrute y el mío, por añadidura.
Tomamos el Hop on Hop off de Buenos Aires. Florida y Diagonal, una de la tarde. En la cola donde se escuchaba hablar brasilero, como dos turistas más. Fue un día de sol hermoso. El cielo muy azul, el viento que peinaba las nubes, nos despeinaba a nosotras en lo alto del autobús.
No aprovechamos mucho del recorrido, llegamos al Caminito y ahí nos quedamos. Mi última visita había sido en el '97, un día de junio helado y lloviznoso, que no me había dejado un buen recuerdo.
Valentina iba por primera vez, cumpliendo un gran deseo.
 Me encantó la diferencia. Todo está limpio, cuidado, hermoso en su peculiaridad, entrañable en el color de aquellos otros tiempos  reconstruídos, sin quitarle ese aire de feria popular que te estampa una sonrisa desde que llegás.
Tratando de captar el alma que late detrás de las reconstrucciones, mi cámara registraba la policromía prepotente de las paredes y de las chapas que algún día fueron viviendas de los que bajaban de los barcos.
Dice la historia que traían la pintura desde aquellos barcos, que la mezclaban para que durara y pincelada va, pincelada viene hasta agotarla, coloreaban las chapas, las escaleras de hierro y las paredes de los conventillos hoy convertidos en pequeños museo, adornados en el frente con leyendas en primorosos fileteados. Al adentrarse en los angostos pasillos, uno se encuentra con representaciones de la vida cotidiana de entonces o con emporios de cursilerías y shopping destinados a los turistas. Hay que remarcar que la venta es respetuosa y risueña.
Valentina gozaba con cuanto monigote se nos cruzaba. Naturalmente quiso la foto con el jugador de Boca  parado sobre su pelota, luego con la lavandera apoyada al piletón.
Almorzamos pizza en "Piccola Italia" , lugar elegido por ella. Ahí seguí fotografiando el patio, las escaleras y la ventanuca.
Luego caminamos un poco más, la fotografié de espaldas al viejo puente del Riachuelo que ¡ya no huele, más, jaja!
Llegamos así a la parada del Hop off y mientras lo esperábamos, saqué la gran cruz que se eleva donde estuvo el puerto. Vale estaba radiante.Como dije, disfruté regalando eso que veía en su cara y el gran beso que me dió, diciendo, qué hermoso día que pasé!

El autobús retomó su recorrido mientras yo escuchaba en el auricular la explicación del guía, en italiano. De puro curiosa para ver qué y cómo explicaban los detalles: ¡impecable!
Al dejar atrás Avenida Patricios y Barracas, cambia el mundo. Ya no nos sentimos tan en alto al llegar a Puerto Madero. Sabemos, es una maravilla de modernidad, los ojos se pierden al contar los pisos de los rascacielos que desafían las nubes en la conquista de ese azul tan azul que es el cielo de Buenos Aires en un día de primavera.
Por suerte o no, el transito citadino estaba recomplicado, así que las paradas en los semáforos se prolongaban  bastante como para permitir que las cámaras se llenaran de vistas urbanas no programadas.
Ahora basta de chachara y paso a compartir algo de lo que vi.