Desde mi caro (y abandonado!) Diario les mando mi regalito de Reyes. En la foto estoy en Capadocia y aunque no fui allá a buscar los Reyes, no importa!
Epifanía 2016
¿Por dónde andarán los Reyes,
si la estrella se ha escondido?
Alí le pregunta al hermano,
el corazón en un puño,
los ojos enrojecidos,
hurgando en la nube de humo.
Tras el tremendo estruendo, se han
parado los camellos,
han clavado las pezuñas, en las arenas
hirviendo.
Los Magos se han apeado, les acarician los belfos, mitigando así el
temor que dilata los ojos atentos.
Con una leve presión en la joroba temblante,
Melchor, lo induce a bajarse. Los compañeros lo imitan y los tres Reyes, cansados,
apoyan sus espaldas sobre el vello del costado.
Al silencio, meditante, lo sacude un
boato, sordo, y otro y otro y otro más… Envuelto en un humo denso, se eleva,
gigante, un pájaro, con infinitas alas, rígidas como el hielo.
Los sobrevuela y se aleja hacia el
invisible cielo.
“¡Nunca vi algo semejante!” Gaspar,
rompe el silencio. Baltasar se arrodilla, Melchor se saca el turbante, sacude
los pensamientos. “Vamos, ¡adelante!”anima a los compañeros y retoman su andar,
sin saber por cuanto tiempo.
Las dunas están calientes, proceden
con lentitud, se hunden en el temblor que aún sacude el ambiente.
“Allí debe estar el pesebre”, señala Melchor hacia el frente.
Tras una tienda verde, se trasluce
una leve lumbre, hacia aquella se dirigen los Magos que vienen de Oriente.
Falta un tramo para llegar a ese
pueblo destruido, donde, entre escombros y alaridos, se divisan muchos fuegos.
“¡Ahí estarán los pastores!” dice
Gaspar indeciso. “No, contesta Melchor, “son solamente dolores”.
Hay
mucha gente corriendo de un lado para el otro, todos vestidos de blanco y en
los rostros, un gran cansancio.
“Éstos serán los Ángeles” titubea Baltasar. A lo que Melchor responde,“son solamente
doctores.”
En tanto, han llegado a la carpa, de
donde sale María. “¿Es que estamos en Belén? ¿Dónde está tu pesebre, mujer?”
“Acabamos de llegar y la estrella se
ha escondido…” “¿Adónde reposa el Niño
que vinimos a adorar?
“Pasen”, invita la joven, esto es
Siria, no es Belén, y aquí son muchos los niños que tenemos que sanar. “¿Traen
vendas en sus alforjas? ¿Medicina en las vasijas?”
Afligido, el Rey Melchor, dice casi
con temor, “Sólo traemos oro, incienso, mirra, dones de gran valor, porque el Niño
que va a nacer, ha de ser nuestro Señor.”
“Dejen ahí las vasijas, aquí no son
necesarias, entren con las alforjas y recemos una plegaria.” Así diciendo, María,
los precede al interior.
Lloran los niños o gimen; unos gritan
de dolor. Ella reparte caricias y les
habla con amor, que es lo solo que le ha quedado, en el medio del terror.
Entre un silencio y un llanto, temblorosa,
se oye una voz.
Alí, con una herida en el pecho, se
incorpora en el camastro… “¿son ustedes los Reyes Magos que tanto estuve
esperando? se sonríe y se le olvida que la herida sigue sangrando.
Melchor, Baltasar y Gaspar, se
acercan con las alforjas, “sólo traemos las mudas, limpias, para cambiar y
tiran del cordel para dejarle mirar. El niño hunde las manos y saca un paquete
verde.
“¡Son gasas!” exclama María, “la
primera es para vos” y con gesto habituado, se la aplica sobre el costado.
Sonriente y sin cuidado, el niño
continúa buscando. Ya está vacío el primer saco, los Reyes vacían el segundo.
Sobre el piso van cayendo más paquetes, hay
agua, medicinas, panes y cajas de leche.
Los niños se van acercando… queda la última alforja…
Aquí no han quedado zapatos donde
dejar los regalos, mas las manitas se tienden, pequeñas, sucias, iguales. Del
bolso de cuero, profundo, van saliendo, incontables, muñequitas, libros de
cuentos, camioncitos, hasta un trompo, títeres y pelotas, y cuando parece acabarse el mágico contenido,
aparecen caramelos, galletas y chocolates.
Después de tanta emoción, los niños
se habían dormido. María les besó las manos y emprendieron el camino.
Todo estaba en silencio, los fuegos
se habían apagado, sólo faltaba un milagro…
“Eso es lo más difícil” dijo Melchor apenado, y
es que los hombres se entiendan, como hermanos que son, que la paz los va a
acercar, que no habrá más terror, ni bombas, ni Isis…
Estaba naciendo el día, los Magos
miraban el cielo, la estrella no se veía. Gaspar pidió una señal, Baltasar se
sacó el turbante, Melchor, quien iba adelante, señaló la dirección:
a occidente,
más allá de las dunas calientes,
apareció un arco iris.
Rosanna Altieri
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